lunes, 30 de enero de 2017

Mi carrera (o trote) cómo escritor. (Primera parte)

Mi primer intento como escritor fue a los ocho años. Bajo la influencia de la televisión quise escribir una aventura igual a "Perdidos en el espacio".
El siguiente intento fue también durante la escuela primaria, por pura envidia, pues un compañero impresionó a la maestra con una historia ilustrada de una gallina que quería ser cantante.
Ambas experiencias no fueron fructíferas y tampoco indicación de algún talento especial. Para entonces ya me había topado con 20,000 mil leguas de viaje submarino, que me encontré en un librero donado a la escuela y que la maestra tenía bajo llave, y al cual de vez en cuando teníamos acceso.
Esa parte de mi vida estuvo bajo el dominio de la televisión.
El cambio radical llegó como a los doce años cuando una máquina de escribir Underwood con un enorme carro, era para hojas de contabilidad, llegó a mi casa.
Fue entonces que empecé a escribir extensas historias ,con dos dedos de cada mano, siempre bajo la influencia de la televisión, por lo cual mis escritos constaban casi enteramente de diálogos.
Esa primera historia se llamó: "Nuevos mundos", y era de ciencia ficción. Ya para entonces había decidido que sería mi género.
Y empecé a leer mucho.
Así como Isaac Asimov se nutría de las publicaciones pulp de su época, puedo asegurar que mi mayor influencia fueron las aventuras de uno o dos escritores, que usaban múltiples seudónimos, y de esa manera, mantenían las ediciones de La conquista del espacio, que la Editorial Bruguera publicaba desde España. Eso fue todo en mi adolescencia y la consabida dosis de cine y televisión.
Pero produjo sus resultados, gané dos concursos literarios del colegio con los cuentos "Nuevo Edén" y "La última batalla de la Sideris".
No todo fueron solo éxitos en esa época. Hubo tres acontecimientos que me hicieron ver cuánto serían valorados mis escritos en mi futura carrera como escritor.
La historia "Nuevos mundos" alcanzó alrededor de 120 páginas a espacio sencillo, no sabía lo del doble espacio, todo era cuestión de agregar aventura tras a aventura a un grupo de naves enviadas por la Tierra en busca de planetas nuevos que albergaran a los sobrevivientes de la crisis ambiental en la que, como humanos, nos metimos.
Ávido de lectores, esperando oír opiniones para saber si aquello gustaba, presté el manuscrito a un amigo y, loperdió.
Sí, lo perdió.
Yo era un escritor incipiente, formándome por cuenta propia, de unos quince años, y no había muchos recursos. Las fotocopiadoras eran raras en mi pueblo y las fotocopias, caras. Tampoco tenía idea de la existencia papel carbón. Así que solo mantenía el manuscrito original. Mi trabajo de dos o tres años se esfumó.
Bueno, me dije que esas cosas pasan y que, algún día, me serviría como anécdota al escribir un artículo (como este).
No cejé en mi trabajo. Un poco más maduro como narrador, con ideas mejor organizadas, un plan de trabajo, con tiempo necesario y habiendo leído mucho autor clásico de la literatura universal y en particular de ciencia ficción, me embarqué en el siguiente proyecto: "Fantástica aventura", cuyo argumento incluía, guerras entre civilizaciones extraterrestres, transmigración de la la inteligencia a otro cuerpo o para almacenaje, inteligencia artificial, viajes interestelares, la Tierra como refugio de otras civilizaciones, mega armamentos con la capacidad de aniquilar un planeta, mezclado en un contexto ideal para adolescentes. Alrededor de 180 páginas a espacio sencillo.
Siempre ansioso de conocer un opinión calificada, lo presté a una profesora de español, en quien confiaba porque había sido parte del jurado calificador de "La última batalla de la Sideris",  a fin de obtener algún comentario.
Varios meses después me hizo saber, por medio de un compañero de curso, "que estaba muy apenada, pero que no sabía dónde había puesto mi manuscrito".
Debí haber aprendido la lección en ese momento. Pero ocurrió una tercera vez.
Seguía sin estar al tanto de usar fotocopias, papel carbón y las computadoras estaban a diez años de llegar.
No relato los pormenores de mi tercer manuscrito perdido, una novelita de una ochenta páginas a espacio sencillo: "El planeta prohibido".
Rescato lo positivo. Comprendí que iba madurando como escritor, lento, pero avanzaba. Me faltaba mucho, sobre todo orientación y asesoría; necesitaba de un taller literario o de un tutor, pero no sabía dónde hallarlos.
El que perdiera mis manuscritos me enseñó que mis publicaciones siempre quedarían a disposición del lector.





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