miércoles, 1 de febrero de 2017

“Life finds a way”.



No hay quien escape de sentirse “poetizado” al mirar una delgada hierba, un incipiente retoño, brotar en la apenas perceptible grieta de una acera o de una pared de concreto.
Seguimos el camino, pero ahora se ha agregado a nuestra carga diaria la reflexión de esa lucha desigual entre la vida y los elementos inorgánicos impulsados por la tecnología.
El sentimiento es más perturbador si continuamos masticando la metáfora surgida de esa sencilla experiencia. La plantita es cada uno de nosotros revenando en la ciudad, en nuestra propia creación, colectiva y generacional.
Vemos una moraleja en la diminuta vegetación y llegamos a sentir ese deseo pasajero de buscar el cambio y no dejar que la zona de comodidad nos consuma.
Quizás hasta nos extendamos en ese pensamiento y, siguiendo una cadena de ideas, lleguemos a ver algo más: que la vida siempre busca, y encontrará, su camino, sin importar nuestros esfuerzos por aplastarla.
Ejemplos hay muchos y muy cotidianos.
Nada más hay que retirar la presencia humana y el entorno se recupera. Lo vemos en la ciudad, en sus lotes baldíos. Primero llega la hierba, luego la maleza y después pequeños arbustos. Los insectos, seguidos de animales pequeños, harán su aparición. Las aves también. El clima seguirá cargo de los elementos artificiales anteriores. Sí, sí, no es tan idílico como aquí se pinta. Los humanos también aprovecharán la oportunidad para evitar dicho renacimiento.
También los notamos en las zonas deshabitadas: criaturas que habíamos logrados extinguir, de pronto surgen burlonas ridiculizando todas los esfuerzos invertidos en acabar con ellos. Ejemplo: revisamos los últimos siglos temiendo el regreso del dodo.
La vida en cualquiera de sus representaciones, siempre busca la regeneración. Es una fuerza poderosa e indomable. Incluso en su propia agonía, y aparente desintegración, alimenta otras oportunidades.
¿Cuál es su mayor opositor de la vida? ¿Quién es el mayor enemigo que utiliza hasta los mismos recursos de la vida para atacarla? ¿Quién pretende acabar con la vida y hasta se jacta de que tendría la capacidad de destruir toda la vida del planeta?
¿La Muerte?
Debería llamarnos la atención que el símbolo utilizado por una buena parte de la humanidad para representar la muerte es un cráneo, o el esqueleto completo de un humano. ¿Es  esa la representación final que nos define?

Una cita bíblica menciona que la muerte entró al mundo por un hombre, precisamente el primero de nosotros. Aparte de las acostumbradas interpretaciones judeocristianas, podríamos pensar que el mundo no conoció la muerte hasta que el hombre la descubrió y la aplicó contra otros seres vivos y contra sus semejantes o, como se dijo más arriba, contra toda forma de vida.
Quizás por esto usamos nuestra propia osamenta para representar y alardear que somos la todopoderosa muerte y que somos los paladines que desafían con ahínco a la vida.
La vida, y no la muerte, es nuestra gran competidora. Como colectivo humano, voluntariamente o no, luchamos contra la vida queriendo derrotarla y hasta queremos buscarla en astros lejanos con la solapada intención de vencerla y así, quizás, ser merecedores de dudosamente anhelada inmortalidad.