No hay quien
escape de sentirse “poetizado” al
mirar una delgada hierba, un incipiente retoño, brotar en la apenas perceptible
grieta de una acera o de una pared de concreto.
Seguimos el
camino, pero ahora se ha agregado a nuestra carga diaria la reflexión de esa
lucha desigual entre la vida y los elementos inorgánicos impulsados por la
tecnología.
El sentimiento
es más perturbador si continuamos masticando la metáfora surgida de esa
sencilla experiencia. La plantita es cada uno de nosotros revenando en la
ciudad, en nuestra propia creación, colectiva y generacional.
Vemos una
moraleja en la diminuta vegetación y llegamos a sentir ese deseo pasajero de
buscar el cambio y no dejar que la zona de comodidad nos consuma.
Quizás hasta
nos extendamos en ese pensamiento y, siguiendo una cadena de ideas, lleguemos a
ver algo más: que la vida siempre busca, y encontrará, su camino, sin importar
nuestros esfuerzos por aplastarla.
Ejemplos hay
muchos y muy cotidianos.
Nada más hay
que retirar la presencia humana y el entorno se recupera. Lo vemos en la
ciudad, en sus lotes baldíos. Primero llega la hierba, luego la maleza y
después pequeños arbustos. Los insectos, seguidos de animales pequeños, harán
su aparición. Las aves también. El clima seguirá cargo de los elementos
artificiales anteriores. Sí, sí, no es tan idílico como aquí se pinta. Los
humanos también aprovecharán la oportunidad para evitar dicho renacimiento.
También los notamos
en las zonas deshabitadas: criaturas que habíamos logrados extinguir, de pronto
surgen burlonas ridiculizando todas los esfuerzos invertidos en acabar con
ellos. Ejemplo: revisamos los últimos siglos temiendo el regreso del dodo.
La vida en
cualquiera de sus representaciones, siempre busca la regeneración. Es una
fuerza poderosa e indomable. Incluso en su propia agonía, y aparente
desintegración, alimenta otras oportunidades.
¿Cuál es su
mayor opositor de la vida? ¿Quién es el mayor enemigo que utiliza hasta los
mismos recursos de la vida para atacarla? ¿Quién pretende acabar con la vida y
hasta se jacta de que tendría la capacidad de destruir toda la vida del
planeta?
¿La Muerte?
Debería
llamarnos la atención que el símbolo utilizado por una buena parte de la
humanidad para representar la muerte es un cráneo, o el esqueleto completo de
un humano. ¿Es esa la representación
final que nos define?
Una cita
bíblica menciona que la muerte entró al mundo por un hombre, precisamente el
primero de nosotros. Aparte de las acostumbradas interpretaciones
judeocristianas, podríamos pensar que el mundo no conoció la muerte hasta que
el hombre la descubrió y la aplicó contra otros seres vivos y contra sus
semejantes o, como se dijo más arriba, contra toda forma de vida.
Quizás por
esto usamos nuestra propia osamenta para representar y alardear que somos la todopoderosa
muerte y que somos los paladines que desafían con ahínco a la vida.
La vida, y no
la muerte, es nuestra gran competidora. Como colectivo humano, voluntariamente
o no, luchamos contra la vida queriendo derrotarla y hasta queremos buscarla en
astros lejanos con la solapada intención de vencerla y así, quizás, ser
merecedores de dudosamente anhelada inmortalidad.